Se Busca Un Joven

Se busca un joven, eso fue lo que escuché aquella tarde de Mayo de 2008 en la plaza de toros de la ciudad de Cali, cada palabra del predicador ahondó profundamente en mi corazón, una tras otra descendió de esa tarima como lluvia estrepitosa sobre la juventud de ese lugar. A mis escasos 16 y las preguntas importantes estaban empezando a aparecer en mi vida, para ese momento no había gran cosa que contar. Menor de 9 hermanos, padres separados y un ir y venir sin ningún rumbo ni propósito. Afronté la adolescencia con rebeldía y cualquier acto que pudiese decir: aquí estoy, pueden mirarme por favor pero nada sería igual después de aquella tarde, estaba ahora cuestionándome sobre el futuro y mi propósito, quién era y para dónde iba. Era el primer gran evento al cual asistía, me sentí parte de algo grande, eran miles de jóvenes provenientes de todo el país, con un propósito, con una identidad y yo estaba ahí. Al principio llegué a sentirme extraño, pero a medida que fue avanzando el tiempo y nuestras voces se unían en una sola voz con los canticos que aprendí en la pequeña iglesia de donde venía. El calor espiritual se hizo presente y todos aquellos desconocidos daban la imagen de un solo cuerpo conectados bajo un mismo espíritu. Aquel lugar marcó mi vida y sus consecuencias siguen presentes hasta el día de hoy. El llamado que hizo el predicador resonó en mi alma día tras día por muchos años. Las características presentadas esa tarde sobre el joven que Dios estaba buscando me pusieron frente al espejo con una gran necesidad de saber qué tan parecido o qué tan cerca estaba de ser aquel joven que Dios requería para usar en una tarea especial. Debo decir que en lo que restó del año no estuve muy cerca de parecerme al joven ideal, solo recuerdo una falla tras otra, a pesar de esto, un fuego se había encendido dentro de mí y si bien es cierto que los errores estaban presentes también lo estaba la decisión de ir en busca de aquel joven en el camino. Mi búsqueda no me permitió quedarme quieto en la iglesia donde asistía, una pequeña iglesia ubicada en un pueblo apacible de tardes prolongadas y calorosas. La Montañita es un pequeño municipio de la puerta de oro de la Amazonía, tierra de llanuras y ríos. Llegamos por primera vez a este municipio a finales de 1994 a causa del trabajo de papá. Diagonal a nuestra casa recién estaban terminando de mudarse los que serían mis amigos durante todo el proceso escolar. Los vecinos Rey Sánchez eran una familia respetable y de buenos principios. A raíz de nuestra amistad, mamá me permitía ir con ellos a los servicios de su iglesia. Fue allí donde aprendí acerca de Jesús y su obra en el calvario, esto me salvaría años después de las garras de una adolescencia sin razón y sin propósito. Mi mundo se había hecho más grande después de estar en Cali, así empezaba la búsqueda del joven que Dios necesitaba, tomé mi ropa en una bolsa negra, una guitarra vieja que había comprado por sesenta mil pesos a un carpintero, unos cuantos libros y con lo poco que había ahorrado salí de casa. El viajé comenzó, mi gran búsqueda apenas daba inicio, quería saber si era ese joven, si podía decirle a Jesús que me incluyera en su lista de seguidores, en su lista de encontrados. Lloré por el camino, lejos de casa, mientras el frío de Tunja traspasaba hasta mis huesos. Las horas de viaje se escaparon lentamente por la ventana del autobús mientras pensaba en el destino que ahora estaba frente a mí. Fue la historia de los misioneros en nuestro país las que convirtieron la obra misionera en una pasión ferviente. No dormí igual después de leer sobre Larsen y Drost, soñaba despierto recorriendo calles desconocidas mientras llevaba un mensaje de fe y esperanza. Así terminé en Venezuela, estuve allí colaborando con un pastor por algunos años; quería servir, no había más que eso, poder ser útil, servir a Dios y a la humanidad.